miércoles, 22 de agosto de 2018
Neil Armstrong: el gran piloto de naves espaciales
Uno de los personajes indiscutibles para nosotros los astronautas profesionales es Neil Armstrong. Por supuesto era él quien andaba por la Luna aquel día de nuestra niñez de 1969 y el que por ello siempre fue objeto de nuestra admiración. Pero estando dentro aprendimos a apreciar todas sus otras cualidades.
Neil fue siempre un entusiasta de los aviones. Aprendió a volar justo al terminar la Segunda Guerra Mundial, a los 16 años, aprovechando que había gran cantidad de pilotos y aviones recién vueltos de la contienda ofreciendo sus servicios. Cinco años más tarde ya le tocó volar en un avión militar sobre Corea, donde tuvo que lanzarse en paracaídas después de ser ametrallado: eso debe de marcar muchísimo.
La llamada en portada con la llegada de Armstrong a la Luna.
Neil no era solamente un entusiasta de pilotar aviones, sino también de comprender cómo funcionaban, así que en seguida se salió del ejército para hacer el grado de ingeniero aeronáutico. Luego, como piloto de pruebas de NACA/NASA, en seguida destacó por su capacidad analítica y su volar exacto y milimétrico. También por su capacidad de trabajar horas y horas preparando pruebas y ayudando a los ingenieros a dilucidar el camino a seguir para resolver los problemas. Neil se hizo un experto absoluto en simuladores de vuelo, cuyo ajuste por entonces era más un arte más que una ciencia. Él era el único piloto capaz de ayudar con ellos porque sabía la sensación que se buscaba y a la vez conocía la matemática. Luego, esa experiencia le permitió entrar en el segundo grupo de astronautas en 1962.
NASA nombró a Neil comandante para el vuelo número 11, en el que preveían alcanzar la Luna. Su confianza en Armstrong era máxima, aunque él decía que veía un 90% de probabilidades de volver con vida, y un 50% de alunizar. Pero al final todo salió bien. Incluso, Neil tuvo una ocurrencia: echar polvo lunar en una caja, aunque solo le habían pedido rocas, porque cabía. Gracias a este gesto se detectó el «Helio 3», un isótopo casi inexistente en la Tierra, y una de las esperanzas de generar energía nuclear sin residuos algún día.
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