viernes, 31 de agosto de 2018

Descubren por qué el tiempo pasa volando y otras veces no avanza

¿Qué es el tiempo, ese fenómeno que medimos de forma arbitraria con relojes y segundos? ¿Existe en realidad o es sencillamente el intervalo entre hechos sucesivos? ¿Por qué a veces parece avanzar despacio y otras más rápido? ¿Por qué cuando dormimos el tiempo parece desaparecer? Estas preguntas, que rozan lo filosófico, quizás no tienen una respuesta inmediata. Tan solo se sabe que en el curso de la evolución, los seres vivos han desarrollado relojes biológicos para estar vinculados con el tiempo, o quizás con fenómenos terrestres relacionados con él, como los ciclos que dependen de la sucesión del día y la noche o del paso de las estaciones. Estos relojes biológicos se caracterizan porque sincronizan al ser vivo con fenómenos naturales asociados con el tiempo. Además, se sabe que hay grupos de neuronas en el hipocampo que cada diez segundos, aproximadamente, disparan una descarga eléctrica, y que funcionan como un auténtico reloj interno. ¿Es ahí, entonces, dónde está nuestra percepción del tiempo, y el motivo por el que el tiempo a veces parece detenerse o avanzar demasiado rápido? Un estudio que se acaba de publicar en Nature, y realizado por científicos de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega ha arrojado más luz sobre esta cuestión. Gracias a experimentos elaborados con ratones de laboratorio, han localizado un reloj neural que hace un seguimiento del paso del tiempo en relación con las experiencias: de hecho, han constado que las propias experiencias alteran la percepción del tiempo. «Nuestro estudio ha revelado cómo el cerebro construye el tiempo como un evento que se experimenta», ha dicho en un comunicado Albert Tsao, primer autor del estudio. «Esta red de neuronas no codifica el tiempo explícitamente. Más bien crea un tiempo subjetivo que nace del flujo continuo de la experiencia». Dicho de otra manera, este reloj neural, situado en la corteza lateral entorrinal, es el responsable de crear una percepción subjetiva del tiempo, en función de las experiencias, y de organizar dichas vivencias en una secuencia ordenada de eventos. No sabemos a qué hora fuimos al gimnasio y cuándo nos duchamos, pero recordamos el orden en que estas cosas ocurrieron. Del mapa del espacio al marcador de tiempo El descubrimiento tiene sus raíces en investigaciones llevadas a cabo por May-Britt Moser y Edvard Moser, ambos firmantes en este estudio. Los dos descubrieron una red de neuronas responsables de crear un mapa espacial del entorno. Tal como observaron, con unos estudios que les hicieron merecedores del Nobel de Fisiología o Medicina en 2014, este mapa tiene varias escalas y está basado en unidades hexagonales. Inspirado por esas investigaciones, Albert Tsao trató de estudiar la posible función de una región cerebral, la corteza lateral entorrinal. Pero vio con sorpresa cómo la actividad de dicha zona cambiaba constantemente con el tiempo, sin un patrón definido. No fue hasta mucho después, cuando los investigadores se dieron cuenta de cuál podía ser el motivo: «El tiempo es un proceso en desequilibrio. Siempre es único y está en constante cambio», ha dicho en un comunicado Edvard Moser. «De hecho, si esta red estuviera midiendo el tiempo, la señal tendría que hacer precisamente eso, cambiar con el tiempo con la finalidad de registrar experiencias con la forma de recuerdos únicos». Ratones en laberintos La tarea de confirmar esto requirió analizar la estructura formada por la conexión de cientos de neuronas. Así se observó que probablemente es la estructura y la conectividad de las neuronas la que constituye el propio mecanismo de experimentación del tiempo. Esto es en sí mismo un hallazgo relevante, que podría llevar a descubrimientos en otros procesos cerebrales, según Moser. Para llegar a estas conclusiones, los investigadores diseñaron experimentos con ratas en las que estas tenían libertad para moverse y donde se encontraron en ocasiones con pequeños pedazos de chocolate. Observaron que las señales indicadoras del tiempo eran únicas y que formaban un registro muy refinado de las experiencias. De hecho, podían usar estas señales para reconstruir cuándo ocurrieron los distintos momentos de los experimentos. En una segunda tanda de pruebas, enseñaron a las ratas a buscar trozos de chocolate después de girar a la derecha o a la izquierda en un laberinto. Así observaron que las secuencias de la actividad neuronal adquirían patrones repetitivos y solapantes. Todo esto indica, según Moser, que en ratones una compleja red de neuronas crea «sellos temporales» para marcar eventos, lo que permite establecer secuencias de sucesos y experiencias. También sugiere que las distintas actividades moldean cómo son las señales temporales y, por tanto, la forma como se percibe el tiempo. Por eso, cada momento resulta único. Y por eso la percepción del paso del tiempo no es objetiva, como un reloj, sino subjetiva y acoplada a vivencias.

miércoles, 22 de agosto de 2018

El humor, un ingrediente clave en la atracción romántica

Estudio realizado por investigadores de la Universidad de Kansas (Estados Unidos) encontró que cuando ambas personas se ríen al tiempo se sienten más interesados por el otro. Cuando se les pregunta a las mujeres qué cualidad les atrae de los hombres es común encontrarse con la siguiente respuesta: “Que tenga un buen sentido del humor”. Jeffrey Hall, profesor asociado de comunicación de la Universidad de Kansas (Estados Unidos), decidió indagar que tanta validez científica tiene esto. Encontrando, básicamente, que cuando dos extraños se conocen, “cuántas más veces trata un hombre trata de ser gracioso y más se ríe una mujer, es más probable que la mujer esté interesada en salid con alguien. Además, un indicador aún mejor de que pueda existir conexión romántica es si los dos son vistos riendo juntos”. (Lea también: La atracción sexual depende de los genes compartidos) Hall llegó a esta conclusión en medio de una investigación que estaba haciendo sobre el humor y su relación con la inteligencia. A nivel académico, durante la última década, se ha disparado un debate sobre si a las mujeres les atraen los hombres con sentido del humor porque eso, inconscientemente, es un indicador de que son inteligentes. Pero lo que encontró Hall es que el humor cumple una función por si mismo. "La idea de que el humor es una señal de inteligencia no le da al humor su merecido crédito. Si conoces a alguien con quien te puedes reír, puede significar que tu futura relación será divertida y llena de buen ánimo", explicó Hall al portal de noticias de su universidad. Durante varios años Hall condujo tres estudios en el que no encontró una relación directa entre el humor y la inteligencia, pero sí entre el humor y la disposición que tienen las personas de salir con otro. Así lo explica en su artículo publicado en la revista científica Evolutionary Psychology. En el primer estudio, 35 participantes analizaron el perfil de Facebook de 100 extraños para medir sus personalidades. Sus evaluaciones se compararon con una encuesta completada por los usuarios de Facebook a quienes pertenecían los perfiles. Hall descubrió que las personas cómicas tenían muchas más probabilidades de ser extrovertidas que inteligentes y que los extraños las veían de esa manera también. Los datos también le indicaron que los hombres y las mujeres publicaron cantidades similares de contenido con humor en sus páginas. En el segundo estudio, en cambio, Hall buscó que 300 estudiantes llenaran una encuesta sobre el papel que tenía el humor en el coqueteo y cómo lo aplicaban. Luego, compararon estas respuestas con los puntajes que sacaban en los exámenes, encontrando que no había relación entre qué tan inteligentes eran – por lo menos en los exámenes – y qué tan graciosos creían ser. (Lea acá: Reir en la oficina es bueno para todo, incluso para el jefe) Finalmente, en el artículo se cita un último estudio realizado por Hall, en el que buscaba, específicamente responder cómo el humor usado por hombres y apreciado por mujeres jugaba un rol en la atracción. Para esto, el equipo de Hall reunió a 51 parejas de universitarios solteros y heterosexuales que no se conocían entre sí. En parejas, los sentaron a conversar durante 10 minutos, y después debían llenar una encuesta. “Los resultados no indicaron que un sexo trató de ser más divertido que el otro. Sin embargo, sí sugería que las veces que un hombre intentaba ser gracioso y las veces que una mujer se reía de sus chistes, era más probable que estuviera románticamente interesada. Lo contrario no era cierto para las mujeres que intentaron el humor”, afirma el portal de la universidad. Además, un dato sorprendente – y hasta romántico – es que las veces que ambos se reían al tiempo más interesados se sentían uno por el otro.

Neil Armstrong: el gran piloto de naves espaciales

Uno de los personajes indiscutibles para nosotros los astronautas profesionales es Neil Armstrong. Por supuesto era él quien andaba por la Luna aquel día de nuestra niñez de 1969 y el que por ello siempre fue objeto de nuestra admiración. Pero estando dentro aprendimos a apreciar todas sus otras cualidades. Neil fue siempre un entusiasta de los aviones. Aprendió a volar justo al terminar la Segunda Guerra Mundial, a los 16 años, aprovechando que había gran cantidad de pilotos y aviones recién vueltos de la contienda ofreciendo sus servicios. Cinco años más tarde ya le tocó volar en un avión militar sobre Corea, donde tuvo que lanzarse en paracaídas después de ser ametrallado: eso debe de marcar muchísimo. La llamada en portada con la llegada de Armstrong a la Luna. Neil no era solamente un entusiasta de pilotar aviones, sino también de comprender cómo funcionaban, así que en seguida se salió del ejército para hacer el grado de ingeniero aeronáutico. Luego, como piloto de pruebas de NACA/NASA, en seguida destacó por su capacidad analítica y su volar exacto y milimétrico. También por su capacidad de trabajar horas y horas preparando pruebas y ayudando a los ingenieros a dilucidar el camino a seguir para resolver los problemas. Neil se hizo un experto absoluto en simuladores de vuelo, cuyo ajuste por entonces era más un arte más que una ciencia. Él era el único piloto capaz de ayudar con ellos porque sabía la sensación que se buscaba y a la vez conocía la matemática. Luego, esa experiencia le permitió entrar en el segundo grupo de astronautas en 1962. NASA nombró a Neil comandante para el vuelo número 11, en el que preveían alcanzar la Luna. Su confianza en Armstrong era máxima, aunque él decía que veía un 90% de probabilidades de volver con vida, y un 50% de alunizar. Pero al final todo salió bien. Incluso, Neil tuvo una ocurrencia: echar polvo lunar en una caja, aunque solo le habían pedido rocas, porque cabía. Gracias a este gesto se detectó el «Helio 3», un isótopo casi inexistente en la Tierra, y una de las esperanzas de generar energía nuclear sin residuos algún día.